Si me hablan de Caín y Abel, yo les hablo de Dalma y Gianinna. Si ustedes osan mencionar a los Gallagher, no me quedará otra que citar a Guillermo y Gustavo.
Porque, a pesar de que durante la historia algunas enemistades se hicieron famosas simplemente por estar agravadas por ese vínculo, justamente esa notoriedad sucedió por ser un caso extraño y estar en la antítesis de la regla.
El día en que mis padres me convirtieron en hijo, no solo hicieron eso, sino que también me hicieron hermano. Nadia, una niña de tres años y una semana, dejaba de ser hija única y se reconvertía en hermana mayor.
Mis recuerdos de aquellas épocas no son tantos, aunque quizá el relato posterior hizo que yo recreara algunos.
Era un niño varonil; por parte de mi padre me había enamorado de Boca y el fútbol, pero no por eso me perdía la posibilidad de jugar con muñecos y muñecas. De hecho, tenía una: Melissa. Dios la tenga en la gloria.
Si bien Nadia era la hermana mayor, era también una niña, y como tal, nos enfrentábamos bastante. A medida que yo crecía, menos juegos de “nena” quería hacer y más distancia se podía llegar a crear entre nosotros. Todo hasta que llegaba la noche y yo no podía dormir sin que ella me diera la mano. A pesar de las peleas diurnas, más de una noche terminaba yo durmiendo en su cama por miedo a vaya a saber uno qué.
Su importancia fue vital para la conformación de quien soy hoy. Hubo muchas cosas que jamás podría haber atravesado solo.
Y un día, cuando creí que la familia de cuatro que éramos ya había tomado su forma final, llegó Facu.
“Ya no sos el menor, ahora tenés una responsabilidad”, me decían los adultos de la familia. Y, a pesar de que era un varón, como yo quería, no podía terminar de aceptarlo.
Los primeros años fueron difíciles. Él era un muñeco de mi hermana y yo, el hermano del medio, había perdido total protagonismo. Me sentía desplazado. Mi hermana no jugaba conmigo porque lo cuidaba a él, y jugar con él era muy aburrido: era un bebé.
Gracias a Dios, un día vino al garaje mientras yo pateaba la pelota y se me ocurrió una idea: ¿qué pasa si le enseño a jugar al fútbol? Tenía dos años, apenas se podía mantener de pie, y desde ese día nuestra relación cambió para siempre. Dejé de sentirme solo y encontré en él al hermano que siempre había soñado.
A medida que fue creciendo, nos fuimos pareciendo cada vez más. Yo era su referente, y él superaba todos los desafíos que yo le ponía.
Quizá, por mi culpa, él nunca pudo ser un chico normal: al haberse criado conmigo y con mis amigos, su madurez le sacaba mucha ventaja a los de su edad.
Y aunque yo intenté formarlo a imagen y semejanza mía —y, en esencia, lo conseguí—, él pudo abrirse caminos en los cuales yo jamás me hubiera atrevido siquiera a imaginarme. Y yo, por otro lado, tomé decisiones que él nunca tomaría ni por obligación.
Hoy tengo 30 años de hermano y creo que esas dos personas fueron irremplazables para la constitución de mi persona.
Siempre tuve miedo de que, de grandes, algo haga que nos peleemos, que nos dejemos de ver, de hablar, y que no nos interese la vida del otro. Cada día que pasa, creo menos en que eso sea posible. Tengo marcada a fuego una frase de mi madre que decía: “Los hermanos no se tienen que pelear nunca”.
Y hoy, a pesar de que hace seis años me fui de Argentina y perdí cotidianidad, sé que siempre le vamos a hacer honor a eso.
“Que los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera”, para mí, la frase más importante del libro más importante de la historia argentina: Martín Fierro, de José Hernández.
¿Cómo se llamaba la escuela a la que asistieron los tres hermanos Salade? José Hernández. ¿Casualidad? No lo creo.
Si leíste hasta acá y te gustó el texto, te hizo pensar, sentir, te dio bronca, lo amaste o lo odiaste, me gustaría que me lo hagas saber.
No te pido un gran análisis, un par de palabritas están bien, ya sea en los comentarios o en privado.
Si no te gustó, también me gustaría que me lo digas.
Se ha sumado mucha gente nueva a este newsletter en donde escribo sobre lo que pasa en mi cabeza, y me gustaría saber que te pasa a vos, en la tuya, cuando lo lees. ¡Gracias!
¿Te gustaria ayudarme a hacer crecer este proyecto?¿No imaginas tu vida sin ese mail cada domingo y no querrías que desapareciera?Existe una manera que vos me des una mano y, por mas raro que suene en estos tiempos, es gratis.
Solo necesito que le compartas a alguien este texto, que te suscribas a el newsletter, a Youtube o a Spotify o que me sigas en Instagram. Cuanta más difusión tenga, más cerca estoy del objetivo (si te preguntas cuál es, ya somos dos).
Una vez más, gracias por leer y nos vemos el domingo.
Tus hermanos son los únicos que pueden recordar con vos la historia familiar, por eso son tan importantes. Tuve dos hermanas, una murió pero la otra (la menor) es de mis personas favoritas en el mundo a pesar de que a veces pasan meses sin que nos veamos
Me va a hacer llorá’ poyo